miércoles, 23 de mayo de 2012

La otra cultura mexicana

¿Quién no ha presumido la cultura Mexicana con amigos y conocidos de otros países? ¿Quién no ha sentido un hormigueo en la piel al escuchar a todo volumen el Himno Nacional en algún evento internacional? ¿Cuántas veces no dicho o escuchado que “los gringos no tienen nuestra cultura” o “no hay bandera más hermosa que la mexicana” o “como la comida mexicana no hay dos”? Nos autocalificamos de unidos, entrones, patriotas, altruistas y un sinfín de adjetivos que no dudo compartamos los habitantes de éste tan incomprendido país.
Los que hemos tenido oportunidad de viajar a otros países no perdemos oportunidad de convertirnos en embajadores y contar a todo el que quiera escucharnos sobre la grandeza de México y su historia, su música, sus ancestrales tradiciones. “Para tacos, los de México” una frase que parece imposible no escuchar cada vez que un mexicano entra en la famosa franquicia norteamericana de comida mexicana.
La participación de México en eventos deportivos es siempre motivo de unión y orgullo. Cientos de personas portando orgullosos la camiseta de la Selección Mexicana de Futbol, bares y restaurantes a reventar, gritos, llantos, el “Viva México cabrones” retumbando de esquina a esquina y “Cielito Lindo” se convierte al unísono en el cántico de una nación que pareciera adherirse solamente cuando el futuro de la Patria está en las piernas de un futbolista.
Y sin embargo, hay otra cultura que a veces quisiéramos olvidar y no menos antigua que la gastronomía o la música. Por siglos, el mexicano ha cargado con el estigma de la corrupción, el desinterés, el miedo, el fracaso, la apatía y muchas otras características que explican en gran parte el actual caos nacional.
Por generaciones hemos sido víctimas y victimarios de un sistema cultural cuyas máximas podrían ser “el que pega primero pega dos veces” o la tan conocida “el que no transa, no avanza”. La corrupción no es el hilo negro descubierto en nuestra generación; ya desde los primerísimos tiempos de nuestro país, la vida nacional se regía por influencias, compadrazgo y amiguismo. Mi muy célebre pariente, el regiomontano Fray Servando Teresa de Mier ya en 1823 solicitaba que se “apoyara” a su no tan afortunado hermano don Vicente para que se le otorgara un puesto en la Sacristía de Saltillo. Cabe señalar que ese puesto solicitado era ocupado por un cura que vivía ¡en Puebla! Sí. El padrecito desde Puebla cobraba rentas por un trabajo que imaginariamente realizaba a mil kilómetros de distancia. Dos siglos después las cosas no han cambiado, por lo menos para bien, y es muy difícil encontrar un político de cualquier nivel cuyo círculo cercano no se haya visto beneficiado por las influencias del cargo público.
Aquí la pregunta es, si alguno de nosotros estuviera en esa posición, donde parece tan fácil utilizar el poder y prestigio para ayudar a los cercanos, ¿qué haríamos?
Todos los días nos quejamos de nuestros políticos de dudosa moral y calidad y olvidamos casi siempre que esos políticos emergen de la misma sociedad de la que nosotros somos parte. Es esa sociedad la que enseña al mexicano a burlar la autoridad y evitar una multa de Tránsito y en el peor de los casos, sobornar al agente, quien también deshonestamente dejará de cumplir con su responsabilidad. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a alguien ufanarse del escape de la sanción por medio de la corrupción? Este ejemplo se repite en oficinas de gobierno, en pequeños y grandes negocios, en escuelas. Buscamos la forma de realizar rápidamente un trámite, encontramos mil ingeniosas formas para copiar en un examen. Si éste se reprueba, se hallará la manera de negociarlo con el maestro.
De esa misma sociedad son parte los que tiran basura en la calle, muchas veces desde la ventanilla de los coches o autobuses y la autoridad que se hace de la vista gorda ante lo que en otros países se considera un delito con su multa correspondiente. Envenenamos día a día el país que tanto decimos amar y llenamos sus calles, parques y centros históricos de montones de recipientes vacíos, pañales, envolturas de alimentos, papeles y cualquier otro deshecho imaginable. Empresas que contaminan los ríos y el aire protegidas bajo una ley que no se cumple, cobijadas por burdas instituciones como la franquicia familiar llamada Partido Verde.
¿Quién podría declararse inocente de la deficiente cultura vial? Los que conducimos nos apropiamos de la calle como si los peatones no existieran; aceleramos, cambiamos de carril entre gritos, groserías y poco sutiles recordatorios a la santa madre de nuestro vecino de coche. “¡Muévete!” “¡No tengo todo el día!” “¡Tenías que ser vieja!” Nos pasamos de listos, usamos atajos e intentamos ganar ventaja de cada metro y si alguien se atreve a usar la luz direccional será suficiente motivo para no dejarlo pasar por tal agravio. Y si los conductores no se apiadan de los que transitan por otro miedo, los peatones olvidan la existencia de los puentes y las paradas autorizadas de autobuses. “¿Para qué le camino hasta allá?” “¡Me cruzo con cuidado!” “¡Se tiene que parar como quiera!” “Que el autobús me baje aquí, aunque no sea parada, es que no quiero caminar”.  En resumen, una sociedad que no está preparada para seguir las reglas.
Con orgullo celebramos cada año el inicio de la guerra de Independencia, el fin de la desigualdad y el inicio de la Patria de la que todos somos hijos. Y paradójicamente en esa Patria aun se escuchan las voces que no cesan en nombrar peyorativamente a los “indios” y “negros” como sinónimos de ignorancia, atraso y mal gusto. Y sucede lo mismo con las escuelas públicas y privadas, los coches, la ropa, los amigos, los lugares de esparcimiento. En México no necesitas ser multimillonario para aspirar al elitismo. Estos síntomas se presentan incluso en bajos niveles socioeconómicos, donde siempre se buscará ser el “uno más que tú”.
No hay que confundir esta opinión. Los rasgos culturales mencionados no pueden generalizarse. Conozco gente íntegra, incorruptible y sigo conociendo más todos los días. Estoy seguro que es posible romper con esas cadenas que nos han atado a la mediocridad por tantos siglos. Pero esto no lo lograremos ignorando que la sociedad debe crear políticos honestos y no al revés.
Amo a mi país, amo lo más hermoso de su cultura y no me hubiera gustado nacer en ningún otro lugar. Por eso estoy seguro que los mexicanos no necesitamos otro México, sino México necesita otros mexicanos.