jueves, 17 de noviembre de 2011

La Revolución de Fantasía y el País que se perdió

Dicen que los que ganan la guerra escriben la historia, y en un país como el nuestro, donde no existen los matices, donde convertimos a los personajes en héroes y villanos, la historia no solo ha sido contada por los vencedores desde la trinchera oficial, sino que nuestro sistema se ha encargado de divinizar y satanizar de forma novelesca a quien han considerado conveniente.
Erase una vez un país hundido en la pobreza, el atraso social y económico, la desigualdad y despotismo, víctima de la crueldad sin límites de un anciano y testarudo dictador. Un día, un hombre justo llega del cielo, destrona al dictador, reparte tierras e igualdad entre todos los pobres y la gente vivió feliz para siempre. Suena bien, ¿no?
Palabras más o menos, esa es la historia de la Revolución de 1910 que seguramente conoce la mayoría de los mexicanos; tristemente, la realidad fue y es muy distinta.
Por más de un siglo, los logros del Porfiriato han sido olvidados en los textos oficiales; se ha omitido voluntariamente que el México que el General Díaz dejó en 1911 no tenía nada que ver con aquella primitiva nación de 1876, aún vista con recelo y desdén por los ojos europeos, que consideraban bárbaros a los mexicanos desde la ejecución de Maximiliano en un juicio simulado.
Díaz puso a México en el mapa mundial y lo encarriló hacia su desarrollo, el cual se vería interrumpido por la guerra civil. Se le acusa de bloquear la democracia, y aunque muchos fueron sus errores sin duda, ¿sería ese el más grave? ¿Hubiera sido preferible continuar con las imparables luchas por el poder, iniciadas con la misma Independencia? ¿Estaba México listo para la democracia? ¿Lo está ahora?
Con la Revolución, México no sólo no ganó la democracia, sino que se inició una dictadura aún más prolongada y con funestos acontecimientos a lo largo de sus diferentes gobiernos. Se crearon dos partidos, malos remedos de aquellos liberales y conservadores, cuya política sigue padeciendo el país.
México no ganó igualdad, y la prueba es que los aliados de Madero no tardaron en volverse contra él, ante la falta de firmeza para el cumplimiento de las promesas.
Hoy, 101 años después, nuestra nación no encuentra el rumbo. México es hoy un país en el que la violencia se combate con más violencia, donde la sangre se esconde con más sangre; en el México de hoy, los herederos de aquella Revolución de Fantasía se reparten el poder, llegan unos y se van otros, pero nunca se desprenden de lo que creen es suyo. Líderes mesiánicos con tintes populistas surgen de entre las cenizas y la sangre de un pueblo que sufre un yugo mayor del que supuestamente fue liberado; y el pueblo, con todo  el hartazgo que cien años de democracia disfrazada le provocan, sigue esperando cada seis años la llegada de aquél nuevo héroe que los lleve al bienestar. Así de contradictorio es el mexicano, que desdeñando a su "dictador" y último gran Presidente que sigue enterrado en suelo extranjero, desea con ansias cada sexenio que un todopoderoso le resuelva la existencia.
El 20 de noviembre de 1910, México se perdió y hoy, nos corresponde preguntarnos qué hemos hecho para encaminarlo de nuevo.